Yellowstone, estirpe de vaqueros con ambición de financieros
Difícil de ubicar en un género. La serie “Yellowstone”, y no entraremos en sus notables precuelas “1883” y “1923”, es un western moderno, a primera vista. Cinco temporadas dedicadas a una estirpe de vaqueros y rancheros de Montana, que se remonta generación tras generación hasta aquellos antepasados que arrebataron sus tierras a los indios americanos en la legendaria conquista del Oeste. Pero hoy, aunque aún colea el expolio del hombre blanco y el espinoso conflicto de las reservas indias, tienen ya poco en común con aquellos iconos del western clásico. Son terratenientes, grandes e influyentes empresarios, que se enfrentan ferozmente al progreso en su más agresiva y especulativa versión urbanizadora. Hasta el punto de convertir la serie en un cóctel genérico que combina las sempiternas sagas de familias adineradas al frente de un imperio amenazado o en expansión, el cine negro en su vertiente más violenta, casi mafiosa, el mencionado western y una improbable versión fílmica del Monopoly, donde en vez de inversores y banqueros hay vaqueros y ganaderos.
El conflicto dramático tiene varios frentes en todo momento, aunque la trama pivota siempre sobre el personaje de John Dutton, un omnipresente y magnífico Kevin Costner. Las estrategias políticas y financieras de los líderes tribales, ahora dueños de los casinos del Estado, que conspiran para recuperar las tierras de sus ancestros. Los pantagruélicos proyectos urbanísticos de las multinacionales, amparadas en las cotizaciones bursátiles y las ambiciones pecuniarias de sus promotores, que pasan por asfaltar los impresionantes parajes de la región y convertirla en nuevo destino turístico para ricos con un aeropuerto, hoteles de lujo, más casinos y pistas de esquí. Tremendo proyecto que sólo puede llevarse a cabo si los Dutton venden el rancho Yellowstone. Y todo ello aderezado, según el episodio, con dramas personales, traumas familiares, delitos y crímenes de toda índole, y una atención especial al mundo del rodeo, que ayuda a contextualizar la historia y le brinda sus imágenes más emblemáticas si decidimos concederle finalmente a la serie la condición de western. Aunque se mire como se mire, se parece más a Succession, que a “Bailando con lobos”.
Lo que demuestra esta serie, como lo hacen centenares de títulos desde los albores de la ficción fílmica, es que independientemente del género al que estén adscritas argumentalmente, siempre tienen en el dinero y la ambición, sexo y amor mediante, el motor de sus historias. Pero lo cierto es que, sin ser un alarde de originalidad, y precipitando las resoluciones en más de un episodio por exigencias del guion y la duración de los capítulos, la serie tiene una espléndida factura, es muy entretenida y genera suficiente empatía como para asegurarse la fidelidad del espectador, aunque por momentos ya evolucione con más inercia que energía.
Yellowstone puede verse en Moviestar + y tiene cinco recomendables temporadas, que pueden completarse con sus precuelas, que incluso mejoran el material original. Por cierto, con Harrison Ford en el papel del patriarca. Padre de Costner en la ficción.