Vuelta al cole: padres versus hijos
El trastorno horario y el cambio de ritmo afectan a ambas partes. La vuelta al cole, que bien puede compararse con la vuelta al trabajo de los adultos, provoca tanto en padres como en hijos síntomas del conocido como síndrome postvacacional que, sin ser una patología reconocida y tipificada, ofrece un cuadro psicológico muy parecido al que presentan los afectados de estrés o depresión. Y es que el cambio de hábitos, de responsabilidades, la asunción de horarios estrictos y controlados, y la incompatibilidad de la actividad diaria con el ocio y el relax reinante durante el período vacacional son difíciles de asimilar en las primeras jornadas escolares o laborales.
La vuelta al cole es para los padres, en muchos casos, un alivio personal que rebaja la presión y las tensiones que afectan a su día a día laboral. Sobre todo en los casos en que ambos padres trabajan y los hijos son de corta edad, con lo que no tienen autonomía suficiente para pasar el día sin supervisión mientras los progenitores trabajan. E intentar conciliar ambas obligaciones es para muchas parejas un auténtico calvario diario. En este sentido, hay que reseñar una iniciativa reciente que algunas empresas están empezando a impulsar para facilitar la vida familiar de sus empleados, y que consiste en crear los denominados “espacios de conciliación”, que permiten al padre o la madre tener a sus hijos (de corta edad) en una zona del lugar de trabajo acondicionada para que los pequeños puedan jugar, tanto solos como acompañados de hijos de sus compañeros, mientras ellos disponen en la misma sala de terminales informáticos u otros enseres necesarios para continuar con sus quehaceres profesionales.
Compra de libros
La compra de libros de texto es otro punto caliente del conflicto anual que provoca el inicio de curso. El gasto que supone por alumno es más que considerable, y añade una preocupación o exige un esfuerzo extra a los padres, que además de la compra obligatoria se verán obligados a lidiar con las necesidades o caprichos de sus respectivos hijos relacionados con las modas o las adquisiciones complementarias y voluntarias: un chándal y unas deportivas más fashion, la mochila del último hit televisivo o ese inesperado “boli que mola y que llevan todos los demás”, por ejemplo. Artículos todos ellos en absoluto necesarios, pero que de no llevarse podrían “menoscabar” la popularidad o sociabilidad del menor. Hay que saber gestionar estas crisis y no ceder por sistema al chantaje del llanto.
Habrá que valorar también las cada vez más frecuentes actividades extraescolares (casi nunca gratuitas), que tanto sirven para desarrollar ciertos aspectos físicos, de la personalidad o del intelecto de la progenie, como de guardería fuera de las horas lectivas obligatorias.
Por su parte, los estudiantes dejan atrás la buena vida vacacional, sin horarios ni obligaciones, y vuelven a transitar un terreno con exigencias académicas, donde la disciplina paterna y lectiva marca de nuevo el desarrollo de las jornadas. Un tránsito que conviene hacer de manera progresiva, pero no demasiado alargado en el tiempo. Hay siempre unos días de adaptación, pero los niños tienden a tensar la cuerda, y cuanto antes asuman el nuevo escenario, antes se establecerá la normalidad horaria y los hábitos de estudio.