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Hace unos años trabajé como consultora para una empresa de producción de contenidos. En una de mis visitas a su oficina encontré a dos de las directivas con una extraña posición, cabeza abajo, frente a la pantalla del ordenador. Lo primero que pensé era que estaban ante un extraño juego, pero no. Ellas intentaban leer un importante documento enviado por un cliente y que, «pobre hombre», había mandado en un pdf escaneado al revés. ¿Un pdf escaneado al revés? Al enterarme lo primero que hice fue mirar a mi alrededor para comprobar que no estaba ante una broma de cámara oculta. Casi lo hubiera preferido. Me acerqué al ordenador, di al botón de rotar y, ¡milagro!, allí estaba el pdf en versión legible y sin necesidad de sacrificar las cervicales de nadie.  No me entretengo en describir la cara de las susodichas directivas.

Productividad

El asunto de la productividad siempre ha sido el tema pendiente de las políticas económicas españolas, incluso antes de la crisis cuando el resto de indicadores económicos no hacían más que dar alegrías. Algo pasa en España, para que esta asignatura siempre nos haga quedar mal, muy mal en la comparativa con países de nuestro entorno, como muestra el último informe del World Economíc Forum y muchos estudios económicos.

Productividad

Los libros de macroeconomía y los enlaces de la Wikipedia muestran multitud de definiciones y fórmulas para medir y fomentar la productividad. Desde las más simples, que relacionan las variables trabajo y capital, hasta las más complejos que detallan la aportación de políticas económicas, infraestructuras, leyes internas de cada país, burocracia, materiales, recursos… Lo más básico es pensar que la productividad es la capacidad de producir un bien o servicio al precio más ajustado posible teniendo en cuenta todos los gastos que implica producirlo.

Fórmulas para ganar productividad

Existen  varios caminos, desde la macroeconomía, para llegar a ese objetivo ideal de producir «bueno-bonito y barato» o, dicho en términos más económicos, establecer la mezcla idónea de maquinaria, de trabajadores y de otros recursos para maximizar la producción total de productos y servicios.

El más fácil, la devaluación monetaria. Al bajar el precio de la divisa los bienes son más baratos y al país en cuestión le resulta más fácil venderlos en el exterior, ergo el país es más competitivo.

Esta medida es imposible de aplicar si, como le sucede España en este momento, la dirección de la política monetaria está en manos externas, en este caso del Banco Central Europeo. Ante la imposibilidad de actuar sobre el precio final de la producción, queda la posibilidad de hacer lo que se denomina una devaluación interna. Para aplicarla hay que modificar otros componentes de la ecuación. Producir más con los mismos recursos, o producir lo mismo con menos recursos. Sin duda, esto último es mucho más fácil. Despedir personal y bajar el salario a la plantilla es una vía rápida para aumentar la productividad, aunque sobre el papel de los libros de macroeconomía la medida es más efectiva que en la realidad. Ya que aunque en un primer momento, efectivamente esto incrementa la productividad, a largo plazo el efecto se diluye. Y es que ¿cuánto tiempo puede mantener un país del primer mundo, como España, esa ventaja frente a países en vías de desarrollo con costes salariales ampliamente inferiores?

La formación, la variable más descuidada en España

Vayamos a la opción difícil. La de producir más con los mismos recursos. Obviamente es imposible. Hay que cambiar los recursos y no me refiero a humanos que trabajen más, sino a invertir en maquinaria y procesos de trabajo más eficientes. Dicho de otro modo, la famosa I+D+i. E innovar no sólo quiere decir inventar la fórmula de Coca-Cola cada día, sino pensar en cómo se pueden hacer las cosas mejor. La actualización de las herramientas de trabajo, ya sean máquinas de recolección ya sean ordenadores personales, es imprescindible. Buscar nuevos diseños que puedan ser ejecutados por trabajadores cuyos costes sí marquen la diferencia es otra. Pero también hay una tercera vía, tal vez la más olvidada, que es la formación. ¿De qué sirve que dos directivas tengan ante ellas el ordenador más potente del mundo si lo utilizan como si fuera una máquina de escribir? Los empresarios suelen ser reacios a invertir en formación cuando se trata de buscar productividad, pero esa actitud es un gran error.

Mis dos ex compañeras habrían sido mucho más productivas con unos cursos adecuados de ofimática y su coste, probablemente, hubiera sido inferior al número de horas extra que debían hacer cada día en un oficina en la que durante ese tiempo extra había que pagar, luz, agua, portero…

Les invito a una reflexión final: ¿quién creen que gana la batalla de la productividad: Venezuela, con incontables devaluaciones de divisa a sus espaldas, o el Japón de los años ochenta, inventor de todos los cachivaches tecnológicos que caían en manos de occidente?

Pilar Blázquez
Periodista especializada en Economía
Puedes seguirla en Twitter en @praxagora21

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