Una biografía, por definición, debería ser rigurosa y fidedigna, por cuanto nos narra la vida y obra, presuntamente real, de una persona. Pero el planteamiento de este biopic que rodó Ron Howard en 2001 es diametralmente opuesto a esta definición, pues aprovechando el perfil esquizofrénico de quien fuera premio Nobel de Economía (1994), John Forbes Nash, nos ofrece la perspectiva humana y académica del personaje desde su mente confusa, enferma. Y por ello nos hallamos ante una historia donde nada es lo que parece, donde la ficción condiciona la realidad, y donde, por lo tanto, la veracidad del conjunto tiene un crédito muy limitado, aunque el retrato fílmico resulte fascinante y el retratado siguiera vivo a su estreno – murió en mayo de 2015, hace ahora un año-. Y es que creíble o no, esa
Mente maravillosa, que se especializó en la teoría de juegos y en los procesos de negociación, fue auténtica, y más allá de su genio matemático constituyó un indescifrable y novelesco laberinto lleno de incógnitas, intrigas y obsesiones tan apasionantes como sus logros profesionales.
Russell Crowe da vida al personaje del economista otorgándole un equilibrio perfecto entre la vulnerabilidad y la determinación, y consiguiendo que las paranoias que marcan su evolución acaben por transmitir una cierta empatía. La que suele sentirse por el perdedor o por el débil o el menos favorecido. Y es que John Nash fue una víctima de sí mismo, su propio enemigo, su principal obstáculo íntimo y en sus investigaciones, ya que las alteraciones de su mente no eran demasiado compatibles con la vida académica y estuvo a punto de ser expulsado varias veces de la Universidad. La institución que finalmente más se benefició, lucró y prestigió con sus conocimientos y trabajos. Curiosamente igual que en la vida real, pues el film obtuvo el Oscar a la mejor película, al mejor director, a la mejor actriz y al mejor guión, pero olvidaron a Crowe.