La economía en el cine… «El contable»

Cartel de "El Contable", thriller protagonizada por Ben Affleck

Los contables son al cine negro –hoy al thriller- lo que el cuatrero al western o el amigo bobalicón y encantador a la comedia romántica. Uno de esos personajes que sin ser protagonistas son el detonador de la acción, del drama, del romance. Aquí ambos roles concentrados en uno, Ben Affleck,  protagonista y contable al timón, pues aunque sale en el título, su otro yo letal tiene más presencia que el autista genial de los números, que ejerce más bien de algo así como inesperado contenedor del metódico e implacable ejecutor que también es y al que conviene no cabrear.

Pero las cosas no encajan en El contable a poco que se revisen con atención. El guion es un caótico vaivén alrededor de un Affleck que parece sorprendido, confuso en todo momento. Tal vez por el grado de autismo de su personaje, pero también porque nunca ha ido muy sobrado de expresividad, todo hay que decirlo. Así, nos adentramos casi en el terreno del culebrón con estética y dinámica de thriller retro. Jugamos a ser Le Carré, pero lo pasamos por el filtro rítmico y sentimental del gran público, que así lo identificará más con la energía de El mito de Bourne que con la alambicada y reposada densidad de El topo. Y se consigue de este modo un producto más comercial a costa de renunciar a un cierto rigor y, sobretodo, con las concesiones a la digestión ligera que propicia la sempiterna perorata explicativa, que nos aclara todo aquello que no encajaba y, lo que sigue sin encajar, lo meten con calzador verbal y oportunos flash backs testimoniales en una inacabable secuencia aclaratoria de unos quince minutos. Un paréntesis que evidencia la necesidad de aclarar cosas que han ido quedando pendientes, como flecos rebeldes, a lo largo de la narración, e incluso darle algo de empaque y sentido a algún personaje sin demasiado fondo ni forma, como los agentes del tesoro. Y aun así, hay que decir que el pasatiempo es vigoroso y en todo momento entretenido, aunque los giros sean demasiado postizos e incluso, en algún momento, casi irrisorios, y provoquen una involuntaria comicidad emocional que, en los últimos minutos, nos lleva a los límites del sonrojo cuando se postula in extremis un clímax familiar desopilante.

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