Conducción ecológica: ahorro y compromiso medioambiental

El coche eléctrico no es aún una alternativa real al coche convencional. Así lo admiten incluso sus fabricantes, de modo que habrá que esperar aún un tiempo para que se equipare el consumo de ambos modelos, y más aún para que se acabe imponiendo masivamente el eléctrico, si es que tal cosa llega a producirse. Pero esta realidad no es óbice para que no pueda fomentarse las buenas prácticas medioambientales en forma de conducción ecológica. Algo que es posible aunque se conduzca un vehículo impulsado por derivados del petróleo. Y es que la denominada “eco-conducción” reduce considerablemente el consumo de combustible y sus nocivas emisiones contaminantes.

De hecho, una conducción ecológica puede ahorrar hasta un 25% del combustible; y hacerlo sin por ello perjudicar la mecánica del automóvil ni tener que cambiar en exceso los hábitos de conducción, sino simplemente optimizándola y sacándole el máximo provecho al vehículo. Una forma sostenible de conducir, ya que se reduce tanto el consumo como las emisiones de CO2, y además supone un estimable ahorro económico en el repostaje y en el mantenimiento del coche.

Ahorrar y conducir de manera sostenible

La anticipación es una de las claves de la eco-conducción. Si estamos atentos al resto de vehículos que circulan a nuestro alrededor es posible prever muchas de nuestras maniobras y, consecuentemente, conducir de forma más eficaz. Por ejemplo, si nos percatamos de cuando frenan los coches que nos anteceden, podemos dejar de acelerar mucho antes y utilizar la inercia para acabar el desplazamiento. En punto muerto o sin acelerar, el gasto de combustible es casi nulo. De hecho, circulando a más de 20 km/h con una marcha engranada (sin pisar el acelerador) no hay consumo. Los frenazos y acelerones bruscos, en cambio, salen caros y contaminan más. Si conducimos con atención pueden evitarse casi al cien por cien.

Unos datos que conviene tomarse muy en serio, pues en España el sector de la automoción es responsable de más del 60% del petróleo consumido y del 30% de las emisiones totales de CO2.

Hay que estar atentos también a las revoluciones que nos marca el coche. Es la manera que tiene la máquina de comunicarse con el conductor y señalarle sus necesidades. Si nos pasamos de revoluciones, el coche gasta más, de modo que hay que jugar con las marchas para evitarlo. El máximo de un coche suele estar entre las 1.500 y las 2.000 revoluciones en los diésel, y entre las 2.000 y 2.500 en los de gasolina. Por eso, si cambiamos a una marcha superior al alcanzar esas revoluciones, el consumo será el menor posible a la misma velocidad.

Otra buena praxis ecológica, que si bien no afecta directamente a la conducción, si lo hace al uso de los vehículos en circulación, es la de mantener una temperatura interior adecuada (tanto en materia de calefacción en invierno como con el aire acondicionado en verano). Además de resultar contaminantes, son los equipos accesorios que más consumen en un coche. Del mismo modo que las ventanillas abiertas en carretera provocan una resistencia extra que revierte en mayor consumo de combustible al exigir más potencia al vehículo.

Y a parte de todo lo indicado, la eco-conducción aporta otros beneficios adicionales y nada despreciables como son la disminución de la contaminación acústica, el aumento del confort en el vehículo, la disminución del riesgo de accidentes y también del estrés del conductor.

La concienciación sostenible y ecológica puede empezar incluso antes de ponerse al volante, en el mismo momento de escoger el modelo de vehículo que queremos adquirir. Los hay más comprometidos con el medioambiente, y que ya incorporan de serie tecnologías que reducen el consumo de combustible, optimizan el cambio de marchas, paran el motor cuando se detiene el vehículo y otros sistemas de ahorro y eficacia, que no siempre se reducen a priorizar el diésel sobre la gasolina, pues los hay de éstos últimos con consumos más reducidos que los de cualquier diésel.

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