Blue Jasmine, y el declive económico
La historia, que en un principio nos va a recordar irremediablemente a ‘Un tranvía llamado deseo’, es la de una atractiva y resuelta mujer de la alta sociedad venida a menos, que se ve obligada a dejar los fastos y las fiestas neoyorquinas y trasladarse a un suburbio de San Francisco para vivir con su hermana, el novio de ésta y sus dos sobrinos. Su declive económico, su intento de volver a lucir joyas y estatus y los flash-backs, que nos muestran sus años de esplendor, encierran una crítica feroz a los ‘tiburones’ que han hecho (y hacen) fortuna aprovechando la inocencia de incautos y humildes ciudadanos. La génesis de la crisis global, en suma, y la aportación de Allen a un tema que inevitablemente inspira a todo creador sensible a cuanto le rodea. El personaje de Alec Baldwin, por ejemplo, podría identificarse con un buen puñado de sinvergüenzas que en los últimos años han poblado los telenoticias y las primeras páginas de los diarios. Algunos esposados y otros dando lecciones bochornosas de cómo enriquecerse a costa de la depresión.
Pues bien, todo eso está bien narrado, con los toques de ironía marca de la casa, subrayando sin miramientos y con buenas dosis de comicidad las miserias tanto de ricos – casi en plan Chabrol – como de pobres, y con una Cate Blanchett enorme, como siempre. Además, el tono que utiliza Allen en esta ocasión es más duro que de costumbre, más triste, amargo, y eso dota a la cinta de un interés extra. Pero claro, a cambio de disfrutar todo lo anterior tienes que escuchar a la ‘working class’, los secundarios que apoyan el proceso de la protagonista, hablar un dialecto extraño (entre poligonero y jerga adolescente), que se carga parte de la credibilidad y tensión de la trama. Es absolutamente necesario ver la película en V.O.S. Siempre lo es, pero esta vez más.
Guión y dirección: Woody Allen.
Intérpretes: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Sally Hawkins, Bobby Cannavale, Peter Sarsgaard.
Crítica por Javier Matesanz