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Girlboss, el éxito de una emprendedora con luces y sombras

No es ninguna novedad que una serie (película o libro) se inspire en hechos y personajes reales. Puede ser un atractivo añadido según el modelo, o incluso resultar morboso, en función de la biografía o el currículum inspirador, pero la fórmula es cada vez más habitual – hasta Sergio Ramos tiene ya una serie sobre su vida y goles-, y eso hace que el reclamo sea hoy menos efectivo. Girlboss es uno de esos productos. La historia de una joven emprendedora y la creación de su startup de comercio electrónico, que la convirtió en millonaria. Una serie más sin más, que Netflix ha cancelado tras su primera temporada. Aunque lo curioso es que la liquidaron antes de que la cosa se pusiera interesante. Veamos porqué.

En el tramo final de este artículo valoraremos los méritos o deméritos audiovisuales de la serie, pero pensamos que vale la pena hablar del personaje que la inspira, Sophia Amoruso, una emprendedora de éxito con luces y sombras. Muchas sombras.

Y es que la ficción sobre su vida y su empresa, Nasty Gal, funcionó bastante bien, y la actriz Sophia Marlowe consiguió ser tan admirada como detestada por los espectadores, igual que Amoruso en la vida real. Lo que ocurre es que se trataba solo de la primera temporada, la del éxito y el auge de su empresa de prendas usadas vendidas como moda vintage, pero ahora llegaba la continuación, y Netflix no ha querido meter los pies en el fango.

Amoruso se había convertido en un modelo a seguir por la juventud femenina. De su alocada idea había creado un imperio (estuvo a punto de entrar en la lista de los 400 personajes más ricos de los EUA), e incluso publicó un libro que se convirtió en algo así como un tratado pensado para empoderar a mujeres jóvenes y lograr que éstas tomaran las riendas de su vida laboral. Un manual feminista para futuras empresarias. Y ni que decir tiene que fue un superventas.

Pero llegar no es mantenerse, y Amoruso vio cómo su caída era tan espectacular como su ascenso, llegando a declarar la bancarrota de su compañía. Pero además, cuatro empleadas de su empresa la demandaron por ser despedidas al solicitar la baja por maternidad. No hace falta reproducir la reacción del sector feminista y del sindicalismo en general.

Una serie de escándalos que no podían obviarse en la serie si ésta continuaba. De modo que Netflix puso el punto y final sin mayores explicaciones.

¿Una lástima? Pues solo relativa. Aburrida no era, todo hay que decirlo, y la protagonista, Britt Robertson, tiene ese carisma encantadoramente detestable, que la hacía interesante; pero la factura del producto no resultaba convincente. A veces directamente deficiente. Tal vez buscando un cierto estilo amateur, ya que el personaje se hizo a si misma desde la nada, pero equivocando el tono y las formas que a menudo parecen torpes, cutres. Y eso hacía de la serie una sucesión de capítulos demasiado irregulares, que nunca consiguieron el favor masivo del público. Es decir, argumentos más que suficientes para la espantada de la plataforma productora. Así que, chinpún y se acabó.

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