«House of lies»: una serie de televisión sobre las finanzas sin ética
Los personajes de House of lies son tiburones financieros por y para sus clientes, asesores de empresa al mejor postor, que no siempre es quien les contrata. Son buenos, son los mejores, pero son un peligro. De modo que pasen, vean y disfruten con esta descacharrante serie. Ríanse con y de ellos, pero bajo ningún concepto adopten sus métodos. La vida real es otra cosa. Afortunadamente.
Con un formato que a menudo flirtea con la sitcom, pero que no renuncia a exteriores ni a secuencias multitudinarias y continuos cambios de decorados, y haciendo un reiterado uso narrativo del congelado al estilo mannequin challenge para hacer incisos en el relato, sus escuetos capítulos de poco más de 20 minutos rezuman mala leche, escatología, sexualidad exacerbada y un exquisito gusto por el humor grosero. Pero lo combinan con argumentos financieros de lo más complejos, narrados a un ritmo frenético, expuestos de forma directa, incisiva y con la justa dosificación verborreica como para otorgarle credibilidad profesional a la historia, pero sin lastrarla nunca a ojos de los espectadores neófitos. Es decir, que las tramas financieras centran la narración de cada capítulo, y nunca resultan una mera excusa de relleno, pero el foco de interés no deja de recaer siempre en las relaciones personales de los personajes, y éstas son adictivas.
Esta producción de Showtime, también responsable de la reciente Billions, igualmente contextualizada en las altas esferas financieras, está protagonizada por Don Cheadle –coproductor de la serie-, Kristen Bell, Ben Schwartz y Josh Lawson, que conforman la infalible cuadrilla de rotundos y desalmados asesores.