La renta variable, esencia de la Bolsa
Las sociedades empresariales necesitan financiación para funcionar. Ya sea para contratar empleados, adquirir inmuebles o maquinaria o invertir en proyectos. Y para ello pueden endeudarse, ya sea mediante préstamos y créditos bancarios o con la emisión de títulos de renta fija (pagarés, bonos y obligaciones), u optar por aportaciones de capital de sus socios propietarios, y eso significa que tendrán que emitir acciones y ponerlas a la venta.
Si se opta por una de las primeras posibilidades, la empresa pasará a tener acreedores, ya que se trata de aportaciones que deberán devolver con intereses. En cambio, en el segundo caso, el dinero adquirido de la venta de acciones pasa a denominarse capital social de la empresa, y no debe devolverse. Lo que ocurre es que los socios propietarios que han comprado acciones pasan a adquirir ciertos derechos sobre la empresa; el más importante de los cuales será el de recibir parte de sus beneficios.
Una acción es un título que representa una parte del capital social de una sociedad anónima, y por tanto vale un dinero. Pero ese valor, como hemos venido explicando en este artículo, es variable. El precio de una acción no es sinónimo de su valor, que vendrá determinado por la cotización de unas acciones que dependen de la oferta y demanda en el mercado. Y es que una empresa emite una cantidad limitada de acciones, de modo que si hay más compradores que vendedores, subirá su precio.
Y ese es el riesgo que caracteriza el mercado de los valores variables y las operaciones de quienes invierten, que siempre estarán marcadas por la incertidumbre de su rentabilidad, que podrá ser muy inferior o muy superior a lo esperado según fluctúe el mercado.
Para rentabilizar su inversión, un accionista tiene dos vías: recibir dividendos de la empresa de la cual posee títulos, y que serán mayores cuanto más beneficio tenga esta; o vendiendo sus acciones a otro inversor por un precio mayor del que él mismo pagó por ellas. A este beneficio se le denomina plusvalía.