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No me dedico a la inversión financiera ni efectúo inversiones personales elevadas en número o importe, pues no tengo un gran patrimonio. Sin embargo, a menudo recibo consultas de familiares, amigos y conocidos sobre productos financieros, entidades o estrategias para sacar el máximo partido de sus ahorros, tan difíciles de generar y mantener. Cuando eso ocurre, siempre les aconsejo lo mismo: la sensatez nos dice que con nuestras finanzas familiares, tonterías las justas.

invertir ahorros

Arriesgar nuestra seguridad económica en busca de brillantes rendimientos financieros es cosa de jugadores profesionales, no de ciudadanos corrientes. Por otra parte, tampoco es cuestión ver disminuir nuestro dinero en productos complejos, de alto riesgo, mediocres, ociosos o directamente engañosos. Todos recordamos casos como el de las participaciones preferentes, Nueva Rumasa o escándalos similares. Por consiguiente, no está de más seguir unas sencillas pautas para evitarnos disgustos innecesarios:

1. No invirtamos nuestro dinero en algo que no entendamos. Parece un consejo de cajón, pero no hay nada más arriesgado que desconocer lo que se está haciendo. Quien pretende contarnos complejas e incomprensibles historias seguro que trata de obtener pingües beneficios a nuestra costa. No olvidemos que vivimos en la era de la información (que no del conocimiento, por desgracia). Perder unos minutos buscando en la red nos puede ahorrar muchos disgustos. Hay lugares muy buenos y solventes para informarse, además este propio espacio desde el que tratamos de domesticar nuestra economía: por ejemplo, Rankia (potente comunidad de usuarios interesados en el mundo de las finanzas, la bolsa, la banca y los brokers online), Gurusblog (blog colectivo para conversar sobre finanzas, análisis bursátil, economía, inmuebles, empresas y tecnología) y ADICAE (asociación de usuarios de bancos, cajas y seguros para resolver los problemas con estas entidades). Más que suficiente para un ciudadano medio.

2. Nadie regala nada. Un producto con ganancias milagrosas es siempre sospechoso. Mucho cuidado: nunca nos darán un euro por cincuenta céntimos, y menos en estos tiempos. La codicia es muy mala consejera. Tampoco nos dejemos engatusar por regalos materiales (iPads, televisores, baterías de cocina…) que suelen esconder productos mediocres o servidumbres indeseables.

3. No juguemos a la bolsa con nuestro patrimonio personal. Si los propios profesionales del sector se las ven y se las desean para sobrevivir a los vaivenes de la renta variable ¿vamos nosotros a poder estar al tanto de cotizaciones cambiantes y de datos económicos que sacuden mercados a tiempo real? Si buscamos emociones financieras sin riesgo, siempre podemos recurrir al Monopoly. Y si al final decidimos meternos en ese fregado, invirtamos sólo en aquello que podamos permitirnos perder, manteniendo una cartera manejable y que tenga sentido para nosotros. Y por favor, no hace falta consultar posiciones cada media hora; nos volveremos paranoicos. Una vez cada cuatro o cinco días resulta más que recomendable. O eso o nos convertimos en day trader.

4. Nuestra vivienda habitual NO es una inversión o un plan de pensiones.
Es nuestra casa, lo cual no es poco. Aunque escuchemos cantos de sirena, si acabamos analizando el mercado inmobiliario en el largo plazo, podemos comprobar que los precios de la vivienda acaban incrementándose de media lo que crece la economía más la inflación.

5. Huyamos de aquellas entidades financieras éticamente reprobables. Si el comportamiento público de un banco, caja o sociedad de inversión (o de sus responsables) no nos satisfacen, saquemos todo nuestro dinero y vayámonos a otra parte. Hagamos lo mismo cuando un director de sucursal o empleado intenten colarnos productos sospechosos para cumplir objetivos. Asimismo, resulta bastante recomendable diversificar entidades y no poner todos los huevos en la misma cesta.

Muy probablemente no nos haremos ricos con tales consejos, pero viviremos mucho más tranquilos.

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