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Uno de los aspectos que solemos descuidar más a menudo en nuestra economía familiar es la gestión de nuestros recibos periódicos. Mantenemos un seguimiento a ojo de buen cubero, sin conocer muy bien los elementos de lo que estamos pagando o si es mucho, poco o si se corresponde con la realidad de lo gastado, consumido o contratado. Sólo empezamos a preocupamos cuando llega la sorpresa desagradable de un importe inesperado que mengua nuestro presupuesto. Y entonces toca lamentarse por no haber sido un poco más diligentes.

gestión de recibos

No hace falta dedicar mucho tiempo y esfuerzo a controlar debidamente nuestros recibos. Como en tantas otras cosas de la vida, basta un poco de orden, persistencia y sensatez. Con tres consejos básicos podremos mejorar esta área tan importante de nuestras finanzas personales. Ánimo; son sólo tres.

En primer lugar, hay que guardar los recibos. Parece trivial, pero insisto en este punto. En los recibos viene formalizada y valorada nuestra obligación económica por la recepción de un suministro periódico, el abono de una cuota mensual o cualquier otra prestación. Constituyen el documento básico de cualquier reclamación.

En seguida nos surge una pregunta: ¿Cuántos recibos debemos guardar? ¿Y por cuánto tiempo? Mi consejo inicial sería conservarlos todos, pero reconozco que puede ser una tarea engorrosa. Hoy en día, con la tramitación digital, resulta mucho más sencillo disponer de un registro histórico de nuestros recibos a través de la web de cada compañía, pero yo me resisto a abandonar el soporte físico. En mi caso, siempre conservo en papel (documento original o una copia impresa del documento electrónico) el primer recibo pagado junto el contrato correspondiente (y sus modificaciones), más los dos últimos recibos del año en curso. Y eso, con todos los contratos: luz, teléfono, Internet, agua, tarjetas, etc. ¿Por qué? Pasemos al siguiente punto.

El segundo consejo resulta también sencillo pero igualmente mandatorio. Hay que leerse los recibos y anotar en ellos cuántas observaciones nos parezcan oportunas. Subrayar lo que no entendemos o nos resulte llamativo, escribir comentarios al margen que nos recuerden un gasto determinado, el porqué del mismo o sus circunstancias.

En cada recibo figura la información clave que nos interesa: cuánto tenemos que pagar, a qué corresponde el pago, cómo, cuándo y a quién debemos pagar. Bien es cierto que muchos recibos, en especial los energéticos, son verdaderos galimatías de difícil comprensión, pero ya saben: la ignorancia no exime del cumplimiento. Comparando nuestro último recibo con el anterior o con el contrato vigente, podremos detectar subidas de precio, desviaciones o cantidades extrañas.

Deberemos supervisar también la evolución de nuestros consumos mensuales (casi todas las facturas de suministro la proporcionan), las lecturas de contadores cuando corresponda (para ver si son reales o estimadas), así como los cargos adicionales por servicios o productos no solicitados. Todo ello no nos llevará más que unos minutos. A continuación, y ante cualquier duda: preguntar y, en su caso, reclamar. Siempre reclamar. Salvo a algunos afortunados, el dinero no llueve del cielo. Hay que pelear, como consumidor, hasta el último euro, pero debemos hacerlo con conocimiento de causa.

Finalmente, no cuesta nada mantener un registro de nuestros recibos. De la forma que nos resulte más cómoda. El pasado mes de agosto ya ofrecíamos algunas sencillas recomendaciones al respecto (“Save Outside The Box: Ahorra Más Allá de lo Evidente):

“Controlemos nuestros gastos mediante un bloc de notas. Si no podemos gestionar nuestro presupuesto personal con lápiz y papel, es que lo hemos complicado demasiado. Si somos capaces de escribirlo y entenderlo, habremos avanzado notablemente (…)  Anotemos todas nuestras obligaciones financieras recurrentes en un calendario, ubicado en un lugar visible. Constituye una herramienta de visualización muy potente (…) Hagamos una lista de nuestros contratos de servicios (teléfono, Internet, energía, etc.) y anotar cuando fue la última vez que solicitamos nuevas ofertas o comparamos los precios con los de la competencia.”

Dicho esto, es el momento de preguntar: ¿Qué hacen ustedes para controlar sus recibos? ¿Qué trucos o consejos útiles se animan a compartir con el resto de lectores? Ojalá consigamos escribir otra entrada sobre el tema con sus aportaciones. Hasta entonces, recuerden: la sensatez, siempre, es nuestro principal activo financiero.

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