Cimientos éticos frente a la crisis
Cualquier analista que se sumerja sin prejuicios y con espíritu crítico a la realidad económica actual puede constatar que, aparte de importantes déficits estructurales y presupuestarios, nuestra sociedad sufre un monumental déficit ético y de principios. Corregir esa carencia crítica es, con diferencia, el principal reto al que se enfrenta nuestro país; es más, constituye el primer requisito para salir correctamente de la crisis y recuperar ese crédito sobre el que escribía en la primera entrada de este blog. Cualquier otro camino constituye un atajo o una puerta trasera.
Cada responsable político, economista, think tank, periodista y ciudadano parece tener su propia solución para los problemas actuales. Algunas son teóricamente sólidas y bienintencionadas, otras resultan ideas felices o meras declaraciones voluntaristas. Hay muchas cifras, porcentajes, proyecciones; se dibujan mapas estratégicos y se debaten con fiereza concepciones ideológicas opuestas. Todas pretenden esbozar los pilares de una recuperación tozudamente esquiva, pero olvidan un hecho esencial: como en cualquier construcción con vocación de perdurar, esos pilares deben sustentarse en unos cimientos sólidos.
El cimiento es esa parte del edificio que está debajo de tierra y sobre la que estriba toda la fábrica. En este caso, la fábrica económica en la que residimos se sustenta en un subsuelo repleto de fallas, terrenos arenosos y filtraciones de aguas residuales, todos ellos debidos a la quiebra de los valores básicos que definen nuestra condición humana. La irresponsabilidad, el egoísmo, la soberbia y la codicia han sido elementos perfectamente reconocibles durante estas últimas décadas. El individualismo a ultranza y la búsqueda de la satisfacción económica inmediata han dominado el mundo reciente. La falta de referencias morales y la inexistencia de mecanismos de compromiso con el resto de la comunidad (por parte de ciudadanos, empresas y gobernantes) han determinado modelos de desarrollo insostenibles, con las graves consecuencias económicas y sociales que todavía sufrimos.
Valores como la honestidad, la sensatez, el respeto, la responsabilidad y el amor por las cosas bien hechas deben conformar, siempre, la primera piedra de nuestro edificio común. Es un camino de abajo arriba, desde el individuo constituido en ciudadano hasta la comunidad y sus instituciones. Porque tener una vida equilibrada y basada en principios sólidos resulta imprescindible para que la economía (familiar, empresarial y estatal) se convierta en un elemento integrante de la sociedad, y no al contrario como nos está ocurriendo. La economía depende de personas emocionalmente saludables y entusiastas. El elemento clave de esta construcción humana es la ética, y la ética necesita educación.
Por consiguiente, no podemos salir de la crisis haciendo “lo de siempre”. Partiendo de esos cimientos éticos, educativos y emocionales, debemos invertir en solucionar las causas en lugar de atacar los síntomas, para así transformar la tambaleante construcción actual en una estructura sólida y sostenible de futuro.
Empeñémonos en ello ahora, hoy, mañana, todos los días, sin descanso.
Sebastián Puig Soler
Analista, escritor y conferenciante
Escribe habitualmente en su blog “Esto Va de Lentejas”
Puedes seguirlo en Twitter en @Lentejitas