Aprender a nadar en el mar de las finanzas personales
Uno de los símiles más interesantes que me proporcionó la lectura de dicho blog es el de asemejar la educación financiera al aprendizaje de la natación. Si lo pensamos bien, el autor tiene toda la razón.
Todos conocemos la habilidad natural de los bebés para bucear y flotar sin ahogarse. Acostumbrados a su experiencia en el líquido amniótico, aún mantienen esa capacidad de permanecer sumergidos en un medio acuático. No obstante, aproximadamente a los seis meses, esta habilidad deja de ser automática y debe ser reaprendida. Los terapeutas, teniendo en cuenta que la máxima plasticidad del cerebro tiene lugar en los tres primeros años de vida, recomiendan iniciar muy precozmente la natación y otros juegos y así aumentar la capacidad de aprendizaje del niño.
Podemos asimilar estas experiencias acuáticas iniciales con nuestros primeros pasos infantiles en el mundo de las finanzas. Cuando somos niños no existen cosas tales como las deudas, los préstamos y las tarjetas de crédito. Buceamos en ese medio sin problema alguno. Todo nos viene otorgado de forma natural. Cuando nos dan un dinero para comprar chuches u otros caprichos, basta recogerlo con nuestra manita y gastarlo. Con un euro sólo podemos gastar un euro, así de fácil.
Pocos años después empezamos a dar nuestras primeras clases de natación, que nos enseñan a flotar y a desplazarnos de manera más bien irregular y torpe, estilo perrito, capuzando y boqueando, a menudo con ayuda de flotadores y manguitos. Del mismo modo, ese mundo idílico de recibir y gastar va dando paso a aprendizajes como el de la paga semanal o, si nuestros progenitores son responsables, a la adquisición de conceptos básicos como querer, necesitar, poder, ahorrar, gastar y compartir. Es la época de nuestros primeros sueldos y estrecheces: cuesta mantener la cabeza fuera del agua.
Así como nadie puede dominar el medio acuático sin estos fundamentos natatorios previos, siendo jóvenes debemos adquirir el conocimiento y las habilidades financieras necesarias que aseguren una correcta transición hacia nuestra independencia económica. El coste de la ignorancia, en ambos casos, es muy elevado y puede comprometer nuestro futuro.
Una vez dominamos los fundamentos básicos, ya somos capaces de desplazarnos con cierta solvencia en el agua sin peligro de hundirnos. Es el momento de adquirir la técnica y los hábitos adecuados para nadar con mayor rapidez, seguridad y eficiencia a mayores distancias. Practicamos brazadas, estilos, respiraciones. Igualmente, en nuestra vida real nos vamos enfrentando a la experiencia de unos ingresos más o menos regulares, unas obligaciones económicas que cumplir y unos instrumentos financieros que dominar: tarjetas, cuentas corrientes, préstamos al consumo, hipotecas. Debemos hacer presupuestos, tomar decisiones, posponer compras, ahorrar…
Para algunos, este aprendizaje de la natación y de las finanzas más avanzadas resulta sencillo y mejora con el entrenamiento. Otros, sin embargo, tienen verdaderos problemas de flotación: les falta la voluntad, la fuerza física, la técnica o una combinación de las tres, debido normalmente a carencias formativas en etapas anteriores. En el ámbito económico, ello se traduce en problemas por el exceso de gasto, la mala gestión de las deudas o la falta de un mínimo control sobre nuestras finanzas. Para nuestra desgracia, lo de ahogarse financieramente no es una metáfora. Ocurre demasiado a menudo.
La parte final de nuestro aprendizaje acuático nos devuelve a ese estado inicial del bebé, cuando permanecer bajo el agua es algo natural y agradable, pero esta vez con un control consciente de nuestro cuerpo y nuestra mente. Ahora sabemos cómo aguantar la respiración y bucear sin ayuda. El equivalente en nuestra vida personal son esas importantes decisiones económicas que nos obligan a una inmersión financiera de calado: la compra de una casa, la adquisición de bienes valiosos o la consecución de proyectos importantes que requieren préstamos y ajustes en nuestro presupuesto, la gestión de gastos imprevistos, etc.
Reconocer las implicaciones de estar sumergidos, conocer nuestros límites y saber deslizarnos en esas aguas profundas con la seguridad de un buceador habilidoso, nos asegurará un regreso venturoso a la superficie.
Ya saben: naden. Practiquen. Mucho.